Una pequeña historia de autocaravanas
Tengo ganas de contar una pequeña
vivencia. Nada del otro mundo, quizás ni siquiera interesante, pero sí una de
esas cosas que solo puede entender quien conoce lo que es viajar en una autocaravana.
La semana pasada, después de un
verano intenso de ruta mochilera por Asia y un par de días en Las Landas,
volvíamos en la AC mi hija mi mujer y yo. El plan era guardar el vehículo en la
lonja, limpiarlo un poco y llegar por fin a casa. El mes de agosto había
corrido como una liebre, y tan solo quedaban dos días para volver al trabajo y la rutina.
Mientras conducía en silencio sentía
una enorme pena por acabar así las vacaciones, habiendo salido apenas un par de
días con la autocaravana. “Todo no puede ser” me repetía a mí mismo, pero no
podía evitar un cierto regusto amargo.
Entonces una idea cruzó por mi
cabeza, algo un poco disparatado, pero sentí en el estómago esa emoción de las
cosas que te hacen sentir vivo. Pensé en lo bonito que sería pasar una última
noche yo solo en un lugar apartado, despedirme a mi manera del verano, poder
quitarme esa espinita. Dicho y hecho. De pronto me vi contándole a mi familia
la ilusión que me haría dormir yo solo esa noche en el parque natural del
Gorbea, en una explanada en mitad de un bosque donde alguna vez habíamos
estado. El lugar distaba apenas veinte kilómetros de mi casa.
Mis chicas, con esa media sonrisa
que ponen cuando papá les viene con alguna de sus rarezas, se mostraron
comprensivas y encantadas por saber lo mucho que iba a disfrutar. Así que
cambiamos de plan sobre la marcha, un rato después las dejé en casa y de pronto
me vi solo en la AC, conduciendo hacia el atardecer con una sonrisa de oreja a
oreja. Música de Sabina a tope y allá vamos.
Empezaba a anochecer mientras
recorría la estrecha carretera que lleva a la casa del parque, una pequeña caseta
situada en mitad del bosque que se usa como inicio de las rutas de senderismo.
Instintivamente bajé la música para concentrarle en las ramas de los árboles
que se cerraban amenazantes rozando el techo del vehículo. Tras atravesar el
último paso canadiense con la estridencia de mis 3.500 kilos, la maleza me dejó
ver el lugar donde pasaría la noche. La explanada me pareció aún más grande de
lo que recordaba, montones de plazas de aparcamiento llamaban mi atención
mientras circulaba despacio buscando el lugar menos inclinado. Un par de
montañeros terminaban de cambiarse el calzado junto al único coche que
compartía conmigo el espacio. Tardó tan poco en irse que fue aparcar y quedarme
solo.
Al parar el motor sentí la necesidad
de salir a respirar un aire perfumado de pinos y flores. ¡Qué sensación tan
agradable! Di un pequeño paseo viendo apagarse los últimos resplandores del
cielo, y pese a estar en agosto, la temperatura se desplomó hasta llegar a
sentir frío. Al entrar en la autocaravana hice el ritual acostumbrado: cerrar
puertas y cortinillas, zapatillas de casa y pijama de estar cómodo. Con toda la
calma del mundo me preparé una escasa cena (básicamente de sobras) de la que di
cuenta entregado a la lectura de un libro que me tiene atrapado.
Cuando el
sueño empezó a reclamarme hice una de esas cosas que me encantan. Subido a la
cama abrí la claraboya trasera y me asomé por ella para ver el cielo... Buf! Allí
no cabía una estrella más, y allí estaba yo, a kilómetros de cualquier Ser
humano asomado por una ventanita disfrutando de una noche robada. Seguro que mi
admirado Bécquer sabría poner palabras a lo que sentí en aquel claro del bosque
mirando la vía láctea. Yo solo puedo decir que fue de esas experiencias por las
que vale la pena trabajar, sacrificarse y tener una autocaravana.
Tras una estupenda noche,
madrugar también tuvo su recompensa. Un paseo matinal entre los pinos seguido
de un buen café y un desayuno fueron el broche de oro a unas vacaciones que
acabaron de una forma maravillosa. Por cierto, no he dicho que por la noche, mientras
estaba asomado al techo, vi una gran estrella fugaz cruzar lentamente el cielo. Con
gusto os contaría el deseo que pedí, pero no puedo hacerlo… entonces no se
cumplen.
Antonio Arroyo
Nota: Las imágenes no corresponden al autor.