Como autocaravanista, en ocasiones me pregunto sobre la ceguera de algunos municipios con respecto a este tipo de turismo que tanto nos llena. Durante mis frecuentes salidas me gusta observar qué tipo de personas componemos el colectivo, y veo matrimonios cincuentones en sus perfiladas (con o sin perro), familias con niños y bicicletas en la típica capuchina, parejas jóvenes disfrutando de su camper… ¡gente sana! Personas muy normales con ganas de pasarlo bien; gente a la que te acercarías a preguntarles por una calle sin dudar. Desde luego, nada parecido al turismo de borrachera y basura de Magaluf o Lloret de Mar.
En un país que durante décadas ha
vivido de un turismo estacional y monotemático (playa, chiringuito, hotel y
paella) acostumbrado a pueblos que durante nueve meses al año son lugares
fantasma y en los tres de verano revientan, hay quien explora otras alternativas
para ampliar el panorama con ofertas como el turismo cultural, senderismo, deportes de aventura, enoturismo, turismo gastronómico, etc.
Actividades no sujetas a tanta estacionalidad y que ponen en valor un
patrimonio cultural, paisajístico y humano en el que España es capaz de
competir con cualquier país del mundo. Aún diría más, todas ellas fomentan el
turismo interno, algo muy importante de cara a ciertas inversiones y apuestas empresariales
sostenibles.
Pues bien, si hay un tipo de
turista abierto a tal diversidad de actividades y al que se adaptan como un
guante las innumerables alternativas que cualquier lugar sea capaz de ofrecer, ese es el autocaravanista. Igual puedes verlo practicando
senderismo en la Ruta del Cares que disfrutando de una ruta cultural por
Toledo; lo mismo en una bodega de La Rioja Alavesa que haciendo surf en Tarifa;
disfrutando con niños en Portaventura que de tapas por Logroño. Es un turista
versátil que ni siquiera depende de la proximidad de una estación de tren o de
un aeropuerto, capaz de desplazarse al pueblo más remoto de España o al centro
de la mayor ciudad, y todo ello con una mínima infraestructura como es un lugar
donde vaciar aguas y poder pernoctar. Es más, solo con no ser perseguidos ni
tratados como delincuentes (como ocurre en Santander, Salobreña, Conil,
Viladecans, etc…) ya es suficiente para que muchos nos acerquemos a
consumir, crear riqueza y dar vida a tantos lugares.
Quiero creer que detrás de esa
ceguera de muchos municipios está el desconocimiento hacia un colectivo al que
confunden con una especie de nómadas creadores de asentamientos ilegales. De
ahí que equivoquen estacionar con acampar, autocaravanas con caravanas y campings con áreas. A ello contribuyen
también no pocos empresarios interesados, que bajo el pretexto de llamar “acampada
libre” al hecho de estacionar una autocaravana, presionan a los municipios para
atraer clientela a sus campings bajo amenazas de sanción y persecuciones.
Impuesto de lujo, de circulación,
de matriculación, IVA, seguros, combustible, mantenimiento, peajes, aparcamientos,
comidas, entradas, comercios, bares, centros comerciales… multipliquemos eso por las miles de
familias que viajan en autocaravana por todo el país y que
algún cabeza hueca nos explique por qué no se valora como es debido a un
colectivo que crea riqueza allá donde va.
Si fuésemos capaces de organizarnos
con una voz común, otro gallo cantaría.
Antonio Arroyo
(Nota: algunos artículos publicados en este Blog se han atribuido erróneamente a un periodista de El País llamado Antonio Arroyo, cuyo nombre coincide con el administrador de este Blog y autor de los mismos. Queremos aclararlo)